El constructor de muros es un pequeño libro álbum, escrito por mí e ilustrado por Decur, donde el protagonista acaba encontrando el lugar perfecto: un bosque delicioso para quedarse a vivir. Pero no ha contado con los habitantes que ya viven allí, toda una serie de animales que lo sacarán de quicio a la que vayan apareciendo uno tras otro. El constructor de muros reaccionará de la única manera que conoce, construyendo más y más muros y así metiéndose en un gran lío o –mejor– encerrándose a sí mismo en un microscópico zulo. La casualidad le ofrecerá una vía de salida, una vuelta al lugar perfecto. Llegado a este punto, ¿habrá cambiado el constructor?

En las primeras versiones de este cuento quise dejar la pregunta suspendida en el aire, quise que el final fuera ambiguo. Estaba un poco decepcionada con la humanidad y, de alguna manera, mi estado de ánimo se reflejaba en el cierre de la historia. Sin embargo, cuando le enseñé el texto al ilustrador argentino Decur, este me dijo que le encantaba, pero que –¡por favor!– el final tenía que ser claramente positivo, con el constructor integrado en la vida animal y natural de ese bosque. Habitamos este mundo y, al mismo tiempo, somos parte de él. Entonces me lo pensé mejor y me dije, ¿por qué no? En el fondo, necesitamos la esperanza. Y la infancia, más que nadie. Sí, el constructor de muros tenía que acabar bien.
La esperanza en los libros para niñas y niños hace falta para acompañar el entusiasmo de quien se asoma al mundo y a la vida; hace falta para mantener vivas las ganas de hacer cosas y de pensar que lo que hacemos tiene valor y poder de transformación. Lo que hacemos importa.

También como editora me hago esta misma pregunta cuando decido publicar un libro oscuro. A buen paso en 2024 ha sacado un libro hermosamente duro. Se llama No, lo ha escrito Paula Carbonell e ilustrado Isidro Ferrer. El texto es escueto y cortante y el lenguaje visual gira alrededor de una escalera que cambia de forma y funciones y un agujero en el suelo que no para de crecer. El libro va de la guerra y de la manera en que apaga la vida de los más pequeños y acaba con los sueños de la infancia. Es un libro duro que no deja vía de escape… ¿O sí? Probablemente la esperanza está en el título, en ese No contundente, que es el «no» que cada uno de nosotros puede decir ante la guerra. Otro tema será qué hacemos con este no. ¿Cómo lo trasladamos a nuestro día a día?
En el extremo opuesto hay libros que son una invitación abierta a abrazar el mundo y hablan de una naturaleza madre que cuida de sus hijos. Una Pachamama donde se halla todo lo que podamos necesitar, una Pachamama que nos sonríe y es benévola. Es lo que pasa en el último libro de Marta Comín, El camino generoso, que representa el recorrido de un niño que llega a la vida y se desplaza por este mundo. Cada árbol, nube, montaña, río y hasta el mar saben interpretar sus deseos y necesidades. Llegado el momento, ¿sabrá interpretar el niño los deseos y necesidades de la naturaleza?
Es un libro que discurre feliz. En cierto sentido, aunque la historia sea bien diferente, comparte el mismo espíritu de El paseo de Rosalía de Pat Hutchins. Allí el mundo no es el mundo entero, sino un enclave controlado, una granja donde cada elemento está pensado para proteger a la gallina Rosalía. Por eso el zorro que se la quiere comer no sabe que en ningún momento ha tenido ni tendrá ninguna posibilidad de conseguir su propósito.

Esos son entornos felices, sin problemas, entornos donde no falta de nada. Pero no hay que pensar que la abundancia sea necesaria para transmitirle una sensación de seguridad a niñas y niños. Tan solo se trata de tener un entorno que se base en el amor, un amor sano que construye esa confianza que te permite decir «Siempre hay algo que brilla», aunque por la mañana vayas con tu madre al vertedero público a ver si encuentras algo que pueda servir.

Se trata de lo que dice cada día la protagonista de Un buen día, libro escrito por Angelina y Aurora Delgado e ilustrado por Daniela Martagón. Un álbum que viene a tener la estructura y los elementos propios de un cuento popular, pero que está ambientado en la periferia de una ciudad. En lugar de perderse en el bosque, la protagonista se pierde en un vertedero. Se mete en un lío, pero demuestra la presencia de ánimo, la generosidad, la fortaleza y el cariño que la hacen merecedora del objeto mágico del donante, como en los cuentos de antaño. Al final, esta joven protagonista habrá pasado un auténtico buen día, habrá conseguido un nuevo amigo y, sobre todo, mantenido viva su fe en que siempre hay algo que brilla.
A veces esta fe puede ser tan inquebrantable que no flaquea ni delante de una respuesta negativa. Como en el caso del bicho Manolito, protagonista de Lo llamamos Manolito, libro escrito e ilustrado por Gustavo Roldán. La voz de un narrador que habla en primera persona plural nos dice que un día Manolito llamó a la puerta de su casa. Quería entrar. Pero su cabeza no pasaba por la puerta, y además Manolito ni siquiera era como él y su gente. No, en casa no cabe. El narrador se desvive por convencer a Manolito de que se vaya. Sin embargo, cuando cae la noche, Manolito encuentra su solución: construye una casita a lo Snoopy, le pone ruedas, la arrima a la casa del narrador y allí se queda, ricamente tendido en el techo, mirando las estrellas. Manolito es feliz.

Este libro a veces enamora, pero a menudo tiene problemas para encontrar a sus lectores: he hablado con más de un adulto que considera este final totalmente desolador. Lo mire como lo mire, yo veo en Manolito a alguien que se sobrepone a las dificultades: le dicen que no puede entrar en casa y él entonces se construye su propia casa arrimándola a la de los vecinos. Y, una vez cerrado el libro, sigo fantaseando con lo que pasará a la mañana siguiente entre el bicho Manolito y los habitantes de la casa. No tengo ninguna duda de que tarde o temprano acabarán por hacerse amigos.
Me contestan entonces algunos lectores que no, que está bien eso de solucionar los problemas, pero que uno prefiere sentirse acogido, no tener que luchar, sino que le abran la puerta. Y entonces me pregunto, ¿en qué momento nos hemos vuelto tan frágiles? ¿En qué momento la idea de que todos nos van a dar un «me gusta» y a abrir la puerta se ha vuelto más importante que la idea de que podemos aprender a valernos con nuestras fuerzas o de que hay una realidad allí fuera con la que tenemos que contar, nos guste o no?
Manolito es agente en su vida; tiene esa confianza de fondo de que lo que hace importa y no se deja abatir. No es poco, de hecho lo es todo, sobre todo porque por lo general –incluso cuando tenemos bastante suerte– vivimos en una sociedad que no es amable con las personas, donde las prisas y cierta idea de éxito y eficiencia han crecido a un ritmo para el que nuestra mente –acostumbrada a evolucionar despacio– no está preparada. Necesitamos una fortaleza de fondo, una resiliencia que nos ayude a ver que es bueno ser diferentes, que podemos encontrar nuestras soluciones y construir nuestro mundo. A pesar de todos los pesares, al final cada uno de nosotros somos capaces de encontrar nuestro ritmo y vivir a nuestra manera.
La esperanza de los finales felices es como un motor para observar, pensar y actuar. A veces el mundo nos acoge con los brazos abiertos, pero a menudo nos vemos llamados a enfrentarnos a obstáculos, dificultades y problemas, y para salir adelante hacen falta valor y un ánimo firme, tal como vemos en estos libros.
Biografía
ARIANNA SQUILLONI (Milán, 1976) estudió filología latina y griega, escribiendo su tesis en lógica filosófica. Terminados los estudios, se especializó en edición y gestión editorial. Desde 2002 vive en Barcelona, España, donde ha trabajado en Thule Ediciones. En 2008 dio vida a su proyecto personal abriendo la editorial A buen paso, especializada en libros muy ilustrados. Participa con asiduidad en jornadas y debates, dando clases en cursos y masters universitarios (2009- Universidad de Zaragoza; 2024- EINA; 2024- Universidad Católica de Milán, Italia, Máster Children’s Books & Co.; charlas y conferencias sobre libro álbum en las universidades de Granada, Almería, España y en Chile y Colombia; TED Talk en 2021, en TEDXMalaga, España; en 2017 ha formado parte del jurado de la exposición de ilustradores de la Feria del libro infantil y juvenil de Bologna). Entre sus publicaciones hay libros álbum; pero también novelas autobiográficas y ensayos y obras de divulgación.
Edición: Beatriz Sanjuán · Freddy Gonçalves
«Este proyecto ha recibido una ayuda del Ministerio de Cultura y Deporte a través de la Dirección General del Libro, del Cómic y de la Lectura»

Un comentario
Los finales felices tienen sus momentos. Hay historias que los precisan. Necesitamos saber que al final de todo ese camino de dificultades habrá un espacio hermoso. Con el tiempo he aprendido a enamorarme de esos finales oscuros donde, a pesar de hacer todo lo posible para llegar a la meta, el paraíso resulta ser un antro de mala muerte.
La vida es así con frecuencia y ese aprendizaje, a pesar de su crudeza, me ha hecho madurar mucho más de lo esperado.
Supongo que los finales no deben ser felices ni lo contrario. Simplemente perfectos. Eso entraña una enorme dificultad, pero cuando se logra es absolutamente maravilloso.