Antes de esta entrevista apenas estaba familiarizada con el trabajo de Karishma Chugani Nankani pero, una vez me adentré en ella, me fue imposible no verme reflejada. Es educadora, ilustradora, diseñadora de modas, escritora, en definitiva, una artista multidisciplinaria. Su arte está íntimamente ligado a la exploración de su identidad a través de las muchas culturas que la conforman, una cuestión que atraviesa mis propios procesos creativos, y en general, mi forma de entender el mundo. La obra de Karishma, inundada de colores, sabores y texturas, juega con una gran diversidad de referencias culturales y personales. Creo que tiene la capacidad de generar muchas preguntas, y sin embargo viene respaldada por un potente discurso que aporta significado una vez te familiarizas con sus códigos. Por ese motivo, en 2014, fundó L’École de Papier, una escuela y laboratorio que acompaña el proceso artístico tanta en la infancia como en la vida adulta.
Nuestra conversación me devolvió las ganas de seguir creando, explorando mi propia historia y la de la constelación de personas que me acompañan. Frente a los consejos y corrientes que suelen adoptar los docentes y profesionales del sector creativo, Karishma nada a contracorriente para recordarte que existen otros ritmos y formas de hacer posibles, más respetuosas con tu entorno y con la naturaleza de nuestros procesos.
Espero que esta entrevista os sugiera tanto como a mí.
Quería empezar preguntándote por tus inicios: ¿cómo tomas la decisión de que el arte sea un aspecto tan importante de tu vida?. Porque entiendo que el arte es una pulsión creativa y sale de forma inherente, pero ¿cómo llegas a decidir que esa será tu profesión?
En mi caso creo que la decisión parte de un impulso muy fuerte. Intenté ir por otras ramas – estudié moda, fui diseñadora durante muchos años – y lo artístico quedó en un segundo plano. Luego me mude aquí [Madrid] y decidí ser ilustradora y escritora. El arte siempre estaba ahí, la pulsión creativa era muy fuerte. Pero en los últimos años he tenido que empezar a definirme como persona y artista, porque de alguna forma te tienes que posicionar. Y me di cuenta de que el arte era un constante en todas las ramas que he trabajado: es como una sombrilla que lo une todo. Por un lado soy docente, pero también soy diseñadora, escribo e ilustro. Poder asumirlo, llevarlo con naturalidad y sin vergüenza ha sido una cosa bastante difícil para mí. Es una gran liberación. Al ser artista puedo ir por todas estas vías y más.
Es fácil asociar esto a esa idea del artista renacentista que no solo es pintor, también, inventor, científico… parece que actualmente es necesario encasillarse en un ámbito concreto, pero muchas veces esa pulsión del arte te lleva a abarcar terrenos muy diversos.
Sí, yo diría que cada vez en el arte contemporáneo está más presente esta postura, de ser más fluido y transformativo, de poder jugar en aguas cambiantes, porque al final es lo que te pide tanto el cuerpo como los tiempos actuales.
¿De qué forma crees que esta riqueza cultural de todos los lugares en los que viviste – o de los que te sientes parte – ha influido en el arte que haces?
Me gustaría nombrar la importancia de los lenguajes. Creo que en cada acercamiento a una cultura te impregnas de su lenguaje visual, pero también sensorial. Y mi manera de vivirlo siempre ha sido con mucha curiosidad: siempre he tenido una curiosidad inquieta, y ganas de impregnarme de lo que me rodea. Creo que en cada sitio en el que viví fue fundamental entender el lenguaje, porque se añade una capa de entendimiento y modifica tu manera de pensar. Para mí lo interesante de una cultura es vivir la experiencia local. En mis últimos años de investigación he comenzado a formular un término, el eyepetite, apetito visual. Yo siempre visualizo el eyepetite como una especie de investigación estelar: si me abro a un cielo repleto de estrellas, también soy capaz de inventar las rutas estelares. De esta forma se hace posible mezclar elementos de diferentes culturas, y eso me da mucho juego. De adolescente sentía mucho el peso de la influencia de tantas culturas, también entonces parecía haber más presión por identificarte con una cultura concreta. Pero ahora no siento que tenga que elegir.
A mí esa confusión de la que hablas por la necesidad de identificarte con una cultura también me ha marcado mucho; soy española pero la mitad de mi familia es guatemalteca. Abrazar el hecho de no ser de ninguna parte es un viaje complicado. Al mismo tiempo, me obsesiona esa capacidad de preservar una cultura a través de la creación. Y es algo que vemos muy claramente en tu libro Las visitas de Nani (Ediciones Ekaré, 2018). ¿En qué momento de tu vida te vuelves consciente de tu necesidad de preservar esa tradición cultural y materializarla en un libro sobre tu abuela?
En mi familia hay una extensa historia de exilio por la partición de la India en 1947, y cuando empecé a investigar sobre mi historia familiar para los libros que estaba haciendo me di cuenta de la cantidad de recuerdos enterrados del exilio y la guerra en la generación de mis abuelos. Era mi generación la que estaba destapando todo esto, hablando de la importancia de romper el silencio que se había generado como mecanismo de supervivencia. En 1999 estaba cursando una asignatura en la universidad llamada Estudios Culturales, y empecé a escribir historias del exilio. Esto coincidió con un viaje a Marruecos en el que mi abuelo paterno me contó su historia de exilio, sin saber que sería la última vez que nos veríamos. Después mi abuela y todos los primos empezaron a sumar sus experiencias. Esto lo viví como un regalo, pero también como un peso muy grande, sentía la responsabilidad de tener algo muy valioso de mi herencia entre manos y no sabía qué hacer con ello. Tardé 15 años en empezar a fabricar el libro-teatrillo To Night and back – Mece la noche, donde abordo el exilio por primera vez. Así que esta necesidad surge tanto por esa responsabilidad como por mi curiosidad, pero también para contarme a mí misma mi historia, por mi propia salud mental. De alguna manera se ha generado una evolución, desde el principio, del pudor de lo que ha pasado; hasta esa necesidad de romper el silencio, de conciliación. Cuando empecé hacer el libro de [Las visitas de] Nani, mi madre me preguntaba con vergüenza si iba a cambiar los nombres. Pero al final hasta propuso añadir fotos familiares.

Me parece muy bello el proceso de trasladar el imaginario de la tradición oral – que al final son ficciones, y que también dialogan con ese silencio que mencionabas – a un medio artístico físico, basado en historias reales, y qué forma puede tomar. En ese sentido me interesa mucho la estructura de Las visitas de Nani, la hibridación del relato de la historia familiar con las recetas de tu abuela. ¿De qué forma llegaste a esta estructura?
Está tanto la cuestión de las abuelas y la cocina en general, como la cocina y la transmisión cultural. Y Nani era una excelente cocinera, y con pocos ingredientes – harina, agua y azúcar, por lo general – podía hacer platos mágicos. Para mí era muy importante transmitir esta magia y facilidad de una persona que vive de su maleta, y nada más llegar puede transformar el olor del hogar solamente con el olor que genera su cocina. También que en la cultura sindhi hay una gran importancia del dulce: es un pueblo que ha vivido mucha dureza, y consideran que el azúcar te hace una persona más dulce, suave y enérgica. Es una manera de regularte ante las dificultades. Y, aparte de toda la tradición cultural que Nani se esforzaba en transmitir a sus nietos, quería regalar al lector algo que pudiera experimentar y llevar a su terreno, como son las recetas.
Aparte de las influencias tradicionales más evidentes, de todas aquellas culturas que de alguna forma has habitado, el enfoque que le das a tu obra me parece a su vez muy contemporáneo. ¿Cuáles son las cuestiones sociales contemporáneas que te atraviesan y de qué forma las incorporas a tu obra?
Una cuestión que atraviesa mis inquietudes artísticas es la esencia de ser un ser vivo, que de alguna forma es la base del ecofeminismo. El respeto por la tierra y los seres que la habitan, utilizando un enfoque basado en los ciclos naturales, en lugar de los ritmos capitalistas. Poder estar en verdadera conexión con aquello que te resuena. A su vez, esta corriente de pensamiento está muy vinculada a la comprensión y el amor, que son otros dos aspectos esenciales de mi obra. Me interesa mucho el discurso del artista y pensadore no binarie Alok Vaid-Menon, que trabaja en materia de derechos humanos, y reclama la vuelta a la compasión y el amor, con tal de mirar al otro y reconocerse. Estos dos conceptos – el de resonancia como oposición al aceleracionismo social, y la prevalencia de la compasión y el amor – fueron clave en el proceso creativo de mi proyecto más grande, Cortège.

Representando un cortejo funerario, en cada una de las cuarenta piezas combiné elementos de diversas mitologías, pero también simbolismos propios y referencias de la cultura contemporánea. Al tratar de establecer dicotomías entre diferentes conceptos, me encontraba bailando en un enorme mar de grises entre polaridades. Era un cortejo funerario, pero también un baile, una celebración de la vida. Fue muy liberador poder jugar con todas estas referencias de manera fluida, en constante metamorfosis: eso es lo que para mí significa un ser vivo. En lo que se refiere al formato, aunque a menudo recurro a técnicas narrativas tradicionales, intento innovar y adaptarlos a la contemporaneidad. En mi trabajo prevalece un enfoque artesanal, muy centrado en lo manual: en pensar con las manos. Cuanto más poder doy a mis manos, más tiempo y espacio doy a la creación. Es cierto que en mis procesos la etapa más larga es la de investigación, que nunca es lineal, pero pueden ser años y años de recoger relatos. Y sin embargo, una vez superada, la creación es prácticamente inmediata. La mano es plenamente capaz de adaptarse a cualquier estímulo si le das la suficiente libertad para crear.
Hablando de técnicas y medios, me interesaba saber qué significa para ti trabajar con cada técnica, si hay alguna que te invite a tratar según qué temas, cuáles te ayudan a experimentar más…
La base fundamental de mi trabajo es el juego, y desde ahí poder palpar la esencia de lo que quieres contar: el contenido y la técnica van de la mano. Yo me doy mucha libertad en este proceso para poder descubrir qué es aquello que me interesa transmitir al espectador, con quien quiero establecer un diálogo. Me parece que de esta forma la técnica se presenta de manera más orgánica.
Los lenguajes visuales de todos aquellos lugares que he recorrido también tienen una gran influencia en mi elección de la técnica. No es lo mismo abrir un libro sobre técnicas en una biblioteca que experimentar los artefactos en vivo: poder oler la tierra pintada en un cristal, o ver a las mujeres bordar en Marruecos, India o Pakistán. Estas experiencias lo convierten en un proceso delicioso, en el que el placer es fundamental. Uno de los pilares del ecofeminismo – volviendo al movimiento – es la defensa del derecho a ir despacio, al respeto de la artesana y de sus tiempos de creación. La idea de que la producción también ocurre durante los tiempos de descanso; que cada proceso tiene sus tiempos, y estos vendrán dados por la propia técnica y materialidad de la obra. Creo que mi amor por el papel no desaparecerá; sin embargo, ¡no tengo ni idea de qué forma tendrán mis próximos proyectos! Si te permites adentrarte en lo desconocido, es donde acaban surgiendo sorpresas.
Tras toda la diversidad de temáticas, culturas, referencias, formatos y técnicas de las que hemos
hablado, entendiendo que es imposible definirlas ni definirte, ¿sientes que hay alguna palabra
que te represente completamente?
Una palabra que creo que me representa es mutante. Según la definición: es cualquier organismo cuyo genoma ha sido alterado en comparación con el genoma de referencia de la especie. Me siento muy identificada – aunque creo que todos somos mutantes – e hila muy bien todo lo que te he contado.
Maya G. Mori nace en 2004 en las montañas asturianas. En 2022 le otorgan una beca para estudiar en la ESCAC (Escola de Cinema i Audiovisuals de Catalunya), y actualmente cursa estudios de Comunicación Audiovisual en la Universitat Pompeu Fabra. Sus intereses giran en torno a la exploración de la identidad y la intersecciónalidad en las artes visuales, principalmente en el cine y el cómic.
Edición: Beatriz Sanjuán · Freddy Gonçalves
«Este proyecto ha recibido una ayuda del Ministerio de Cultura y Deporte a través de la Dirección General del Libro, del Cómic y de la Lectura»
