San Miguel del Pino, 22 de octubre de 2024
Querida Celia:
Siempre supe de ti, como de Olivia la de Popeye o Antoñita la Fantástica. Te tenía catalogada junto a la Enciclopedia Álvarez, entre las cosas alcanforadas de otros tiempos: los libros sobre Celia de Elena Fortún. No sé si mi madre te leyó de niña, pero me acuerdo del día, cuando yo ya no tenía edad de que me leyeran (¿acaso hay una edad para eso?), en que trajo a casa un libro tuyo y ella sola se lo leyó. Ignoro si fue un reencuentro o se entusiasmó justo entonces. A mi madre le gusta reír cuando lee, y contigo lo hizo de lo lindo. Durante días comentó tus enredos y empezó a llamarnos cuchufritinas a sus hijas. Yo me arrimé a tus páginas a ver dónde estaba la gracia. Bueno, graciosa, sin más, y volví a mis lecturas adolescentes de campos de fresas y desvanes misteriosos. Así fue como te instalaste en mi imaginario sin haberte leído: entre lo vivido, lo narrado y lo imaginado, como se construyen los recuerdos.
Hace poco topé con el volumen color crema que trajo mi madre a casa aquel día. Leerte como adulta me ha llenado de incomodidades y, sobre todo, de sorpresa y regocijo. He buscado tus tomos azules y ajados en las bibliotecas. Te he llevado a casa, a pie de cama. Las risas de mi madre hacen eco con las de mis hijos: el mismo júbilo con tus trastadas, el asombro hilarante por el uso de un lenguaje hoy tabú, la complicidad en el extrañamiento ante el mundo, la angustia compartida por las incertidumbres, los secretos, las elipsis… Todo ingredientes de altísimo nivel.
Claro que no es lo mismo mediar a pie de cama que en un entorno profesional. Así que te releo con dudas crecientes: qué es lo adecuado para la infancia, cómo hago yo la censura. Pienso en lo políticamente correcto, tiranía lo llaman. Y pienso en la crianza respetuosa, tirana a también.
Te he leído a criaturas de 6 a 13 años y eres un alivio para sus oídos. Hay avidez de relajo, ganas de llamar a las cosas por su nombre; el lenguaje crudo en la literatura resulta impactante, las lectoras y los lectores, igual adultos que infantes, adherimos de inmediato con él. Es la risa del caca-pedo-culo-pis, y un poco más en lo que quizá merezca la pena ahondar. Y como mediar es poner en el asador lo que a ambas partes les pasa con una lectura, no puedo obviar la incomodidad que me generan ciertas expresiones referidas a los moros, a las negras… y también a las niñas: “oye, negra, tú no sabes lo que dices”, ¿es más, menos o igual de ofensivo que “las niñas se callan cuando hablan los mayores”? No sé si añoro tu lengua sin contemplaciones donde los negros eran negros y te llamaban tonta si hacías tonterías. Ahora querría otra cosa, pero me haces pensar en los resortes del humor, en los límites de lo correcto, en cómo cuando nos pasamos de remilgos mermamos la textura necesaria para que el entramado del lenguaje sostenga algunas de sus funciones, la literaria, por ejemplo, que parece especialmente sacrificable en las lecturas destinadas a la infancia.
Reconozco que el habla de tus mayores también me regocija por familiar: escucho a mis tías abuelas, que se parecían a Juana. Las expresiones de las monjas o del servicio sonarán extraños hoy, sin embargo, su verdad traspasa las décadas, las jergas y las modas. Por eso estás viva, Celia. Camino por las calles de Madrid como la señora de provincias que soy, te busco en los portales del barrio de Salamanca. No estás, cómo vas a estar, pero igual Pirracas anda de aventura por cualquier callejón, o las amigas de tu tiíto están a punto de salir de algún salón de baile. En la capital me siento acompañada por tu asombro ante la vida. Y me doy cuenta de que lo que le trae tu lectura a una niña actual es precisamente esto: el doble extrañamiento ante el mundo adulto y ante la vida de hace un siglo.
Hace un siglo… Y lo difícil que es encontrar un personaje infantil como tú en los libros de ahora, repletos de recados e ideas prefabricadas. En tus aventuras no hay un concepto de infancia que se busque transmitir, está la infancia misma y su universo. El plumero de la voz adulta asoma poco, lo de los mayores es una esfera que vemos porque tú, Celia, te la tropiezas constantemente: funciona como antagonista, constriñe tus ganas de explorarlo todo, ¿qué niña o niño de cualquier época no se identifica con eso? No es que quieras conquistar el mundo, lo sabes tuyo, pretendes habitarlo y descubres que, por ser niña, muchos territorios te son vetados.
No importa, lo que de niñas escuchamos tras las puertas alimenta las fantasías más ricas y decora escenarios de juego estimulantes. Andando el tiempo las certezas adultas resignificarán aquellos escenarios, pero lo que vivimos en ellos es tan real como los contornos de nuestros cuerpos.

Un siglo, dos dictaduras, una república, la guerra, una transición y la democracia desde que Elena Fortún escribiera tus aventuras. Y lo raro sigue siendo un personaje femenino que no forme parte de una pandilla: mero adorno como la Pitufina, noviecita, o voz de la conciencia de sus amigos traviesos. Qué sorpresa descubrir el mundo a través de tus ojos, una niña a la que todo le interesa más allá de lo que por género o clase le corresponde. Da gusto leer cómo deseas, pides y tomas lo que quieres cuando no te lo dan o no se te escucha. Y deseas no solo para ti.
Tu rebeldía es de género, pero también de clase, cosa que conviene traer a los manoseados libros para niñas valientes que abundan hoy en nuestras estanterías. El acomodo de las familias se sustenta sobre la sumisión de las mujeres, y observarlo con la perspectiva del tiempo es esclarecedor porque hoy la clase social, cuando esta es privilegiada, aparece borrada en casi todos los relatos. Esto es flagrante en las lecturas infantiles etiquetadas como feministas, casi siempre sin contexto.
Por todo esto me parece escaso resumir tus libros como “las travesuras de una niña bien”. Ya sabes tú que ser mala es no adaptarse a las costumbres de los mayores y, claro, quieres complacerles para ser buena: a tu madre, al titíto… En un mundo donde todo es pecado y falta de modestia, ser buena no es fácil; no me extraña que te repitas “yo no sé qué hay que hacer para ser buena”, otra manera de decir: quiero ser aceptada y querida. Hay mucha ternura ahí. Aun cuando te escurres callandito con el firme propósito de no meterte en líos, tu lógica interna y tu sentido de la justicia se dan de bruces con el mandato materno: “anda a ser buena y no pensar tonterías”
Cómo vas a ser correcta, querida Celia, tú hablas desde la niña que eres a otras niñas como tú, no tienes en cuenta si habrá alguna persona adulta juzgando si lo que dices es adecuado o no a la infancia, que decida si tus libros merecen ser leídos por las niñas o si ya no merecen la pena. En tus relatos dejas ver cómo se comportan los mayores cuando no hay otro adulto presente: el tío elegantísimo que te da un pescozón, la señoronga que te trata mal cuando nadie mira. Y esto me pone más incómoda todavía que tu forma de hablarle al morito Maimón, me violentas porque me desvelas como adulta. ¿Y cómo llevo yo esto a la mediación sin falsearlo?
Tus enfados son explosivos, tus afectos también. Eres sensible y te aborda todo un catálogo de emociones que nombras sin artificios y sin que nadie te haya enseñado a hacerlo. Con la misma intensidad que te atraviesan se van y dejan paso a las siguientes: muestras pena, enfado, te pones contenta, quieres y sientes que te quieren o ya no te quieren. Qué sana y cristalina esa cualidad tuya, te la envidio. Como mujer adulta me reconozco en muchas de tus inquietudes, “ser Celia y siempre Celia”, qué cansancio, hija. Quiero jugar a lo que tú juegas: a lo del patio de las monjas y también a lo de la panda de los monaguillos y las niñas desarrapadas.
Total, que no sé qué voy a hacer contigo más allá de volverte a leer. Yo tampoco sé qué hay que hacer para ser una mediadora buena: si dejarte estar en las estanterías y propiciar que las niñas de hoy se tropiecen contigo, o idear sesiones de mediación para airear todas las dudas y contradicciones que me suscitas. Aunque, la verdad, igual no haga falta hacer nada, ya es bastante subversivo verte reclamar lo que a tus ojos es justo de forma tan chistosa. En cualquier caso, gracias, Celia; gracias, Elena, por las risas y por darme en qué pensar.
Biografía
Isabel Benito nació en medio del páramo castellano, abrigada por un abuelo que hipnotizaba gallinas y otro que le hizo protagonista de todos los cuentos. Lo que contaban sus abuelas es todavía secreto. En la biblioteca encantada de su colegio aprendió que los buenos libros contienen más preguntas que respuestas. Estudió Filosofía y se especializó en literatura infantil. Trabaja poniendo en contacto lecturas y lectores a través de actividades, programas y proyectos en colaboración con instituciones públicas y privadas. Tiene buen tino para encontrar maestros y compañeros con los que compartir dudas y camino.
Edición: Beatriz Sanjuán · Freddy Gonçalves
«Este proyecto ha recibido una ayuda del Ministerio de Cultura y Deporte a través de la Dirección General del Libro, del Cómic y de la Lectura»

Un comentario
Qué maravilla leerte Isabel, gracias ❤️