LISTA DE LISTAS

“Más vale un lápiz corto que una memoria larga”, decía la abuela. No sólo es un gran ejemplo de sabiduría popular por sus implicaciones prácticas, sino también por su alcance conceptual: el refranero, archivo oral de enorme amplitud y eficacia, nos conduce humildemente hacia la cultura escrita y la recibe con honores.

No quiero enredarme a la hora de redactar estas líneas en la misma trampa que me ha tenido varios días repasando tanto la obra de Emilia Ferreiro y sus investigaciones sobre la escritura y la construcción del conocimiento en la infancia, como las teorías arqueológicas acerca de los primeros signos de escritura. Simplemente señalaré las vastas posibilidades del juego que emprendemos: elaborar listas. Podríamos considerar que éstas son el texto mínimo y más sencillo que nos permite recapitular y organizar el mundo a través de símbolos que representan sus elementos. Las encontramos entre los primeros documentos registrados, como puede ser la Lista Real Sumeria (hacia el 2170 a. C.) y de modo tangencial en sus precedentes: los recuentos mediante fichas de arcilla que Denise Schmandt-Besserat relacionó con el surgimiento de los sistemas de escritura en fecha muy distante (7000-8000 a. C.).

¿Cuáles son las listas más típicas? Sin ir más lejos, la que acompañaba el dicho de la abuela: la lista de la compra. A cierta distancia se sitúan la de tareas, la de invitados/asistentes y la de equipaje; y, con sus correspondientes anglicismos para actualizar conceptos, triunfan las listas de canciones (playlist), la de correos (mailing list) y la de deseos (wishlist). De la musical es fácil pasar a las de películas, juegos o libros, a menudo diferenciando su posición por la opinión suscitada: imprescindibles, recomendables, sin interés… Los criterios para ordenar las listas nos llevan a derivados de las mismas como pueden ser los catálogos, a menudo acompañados de imágenes, como los de venta, de arte o de viajes, y cuando la acumulación es de objetos relacionados, a las colecciones.

Antes de abandonar el mundo de lo escrito, quizás sea el momento de abordar las listas con nombre propio: reglamento (lista de normas) y bibliografía (referencias escritas empleadas para redactar un documento) acuden a mi mente, pero esta última viene acompañada de otras clasificaciones de orden lingüístico como glosarios, diccionarios, abecedarios e índice de capítulos, que finalmente me hacen retornar al refranero.

“Una imagen vale más que mil palabras” representa mejor el pensamiento actual que la frase con la que inicié esta entrada. La alfabetización visual se nos antoja un signo de modernidad pero a veces olvidamos la estrecha conexión que siempre tuvieron ambos códigos. Fieles a los fundamentos de Rutas de Lectura, en el proyecto de creación denominado “Cuaderno Funcional de la Ficción” seguiremos explorando sus relaciones a través de la práctica.

PD: La imagen de cabecera corresponde nuevamente a Mi valle, de Claude Ponti, editado en España por Corimbo. Por sí sola ilustra el contenido, pero aún más con su texto original, una lista inesperada en medio del didactismo políticamente correcto que acecha con frecuencia a la literatura infantil:

«Cuando muere un Tuim, es enterrado en el cementerio de su jardín. Exactamente en el jardín que él quería. Tenemos el jardín del Tuim al que le gustaba la montaña. El del Tuim que quería ser un ciprés. El del Tuim que odiaba a todo el mundo. Los jardines para servir té, para buscar setas o para coger flores. El jardín de la libreta para escribir un fragmento para quien desee leer. El jardín de los huevos de piedra. El jardín de los pedazos de brasa. El jardín para que se besen los enamorados. El jardín que canta y toca la campana. El jardín del cuento que nunca termina. El jardín de quienes disfrutaban oyendo a los niños mientras jugaban. El jardín-palacio del que espera el regreso de los Guchni.» (Claude Ponti)

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