Segunda parte de la entrevista que Valerie Weilheim le hizo a Araya Goitia Leizaola. Ella es editora, coordinadora de derechos, traductora y asesora literaria en Ediciones Ekaré, editorial de la que forma parte desde el 2008. Estudió Letras en la Universidad Central de Venezuela y en las últimas dos décadas ha formado parte de diversos programas de mediación en Venezuela, México y España.
¿Cuál es tu perspectiva personal respecto a los múltiples informes que señalan una gran falta de hábitos lectores en los jóvenes?
A lo largo de la historia nuestra forma de leer ha cambiado y seguirá cambiando. Es natural que eso tenga una incidencia en lo que hacemos, pero también pienso que, como tecnología, el libro de papel ofrece un dispositivo y un paréntesis de atención que pocas otras cosas hacen. Cuando regalas un libro estás regalando un objeto, estás regalando una historia, pero sobre todo estás regalando un tiempo y una atención. Ese es el verdadero prodigio que intentamos lograr cuando nos sentamos con las niñas. Es ese momento contenido entre tapa y tapa en donde el mundo entero se vuelve lo que estás leyendo y caben todas las preguntas y todas las reacciones. Puedo entender que con el paso del tiempo existan diferentes dificultades y formas de atención que atentan contra eso, pero también creo fieramente que el libro se mantendrá allí como lugar al que volver cuando estemos listos, como sucedió durante la pandemia, que hubo un repunte de los hábitos lectores porque era un lugar de afecto, de contacto y de encuentro. El libro de papel va a seguir siendo un lugar de comunidad.
¿Crees que existe una tensión, o una oposición entre las editoriales independientes, pequeñas y medianas, y las editoriales más grandes a la hora de cómo acceder al mercado?
Sí, radicalmente. La primera diferencia entre los grandes grupos y las editoriales independientes es el ritmo de novedades y el cuidado del catálogo. Como editores, queremos hacer buenos libros que permanezcan en el tiempo. Lo común en los grandes grupos privilegiar cantidad a calidad, apurar a las autoras para hacer libros que no están listos, que no están en su mejor versión, que tienen que cumplir con una cantidad de requisitos para pasar por el aro de un mercado que está más atento a complacer estereotipos que a contar historias. En ese sentido, destaco las búsquedas y el tiempo que se toman las editoriales independientes, que son muchas y que hacen una gran variedad de libros. A nosotros nos interesa trabajar en red con otras editoriales y construir una especie de resistencia para publicar literatura, libros que que estén hechos con seriedad. Una muy mala práctica de los grandes grupos es hacer grandes tiradas y, si no funcionan comercialmente en un par de años, se mandan a picar. Necesitan volver a hacer otras novedades para que ocupen esos canales hasta que den con un bestseller y con ese se quedarán más tiempo. En cambio los editores independientes insistimos y defendemos las obras de nuestro catálogo, y entendemos que todo libro tiene su tiempo y necesita tiempo para volverse parte del canon. En resumen, todo ese ciclo autofágico de las novedades promueve las fórmulas y atenta contra la bibliodiversidad, atenta contra la construcción de clásicos y atenta, para mí, contra la lectura misma.
Me gustaría destacar la palabra bibliodiversidad, ¿a qué te refieres con ella?
Hay libros que funcionan muy bien desde la primera lectura. Si lo hablamos en términos espaciales y lo relacionamos con infancia, son una especie de tobogán; son libros que los puedes leer una vez, dos veces, cien veces, y siempre van a tener el mismo recorrido: empiezan en un sitio y terminan con un subidón de adrenalina. Es muy fácil desplazarse a través del libro, como Vamos a cazar un oso[1]. Son obras que se agradecen mucho porque llegan a todas partes y cumplen un ritual, tienen un sentido de oralidad y de ritmo que nos recorre, abren espacios y han hecho que muchas personas se vuelvan lectoras. Pero hay otro tipo de libros que implica un espacio y un reto distintos. Nuevamente en relación con la infancia, en vez de toboganes, estos libros serían esos parques que tienen rampas, redes, escaleras y diferentes puntos de entrada, en los que puedes subirte de muchas maneras, que tienen cosas que son fáciles y otras que son difíciles, en los que a veces escoges una parte y la otra no; no te producen siempre lo mismo, no siempre es una carcajada, no siempre es una aventura, sino que a veces es también un momento de pausa, a veces es un enigma… A veces tienes que leer estos libros-parques varias veces para descubrir cuáles partes te gustan. Creo que es muy importante que este tipo de libros sin fórmula exista y que las niñas puedan acceder a estos libros. Evidentemente un libro así no pasaría ni un solo equipo de mercadeo de un gran grupo editorial. Pero entonces no tendríamos libros como De noche en la calle[2], de Angela Lago, no tendríamos un libro como Al otro lado[3], de Maurice Sendak, no tendríamos Los pequeños macabros[4], de Edward Gorey, no tendríamos muchas cosas que son clásicos. Para mí, la bibliodiversidad es apostar por el riesgo también. Asegurarte de poder poner al alcance de los lectores acervos realmente diversos, tanto en su origen y en sus voces como en sus posibilidades de lectura.
¿Crees que existe una crítica literaria productiva en torno a la literatura infantil y juvenil?
Creo que la mayor parte de la crítica literaria se limita a reseñar positivamente álbumes. Encuentro eso frustrante porque cuando existen críticas negativas hay oportunidad también de responder y de generar discusiones, de generar una verdadera crítica alrededor de un objeto cultural que es tan serio como cualquier otro. Agradezco mucho cuando los críticos ofrecen una alabanza a un proyecto en el que he invertido muchos años, pero aprecio todavía más cuando alguien abre una pregunta, hace un señalamiento o plantea un cuestionamiento, porque es allí donde realmente empieza la conversación. Es interesante que un libro que para alguien puede ser reflejo de una realidad, para otro puede ser costumbrista en una forma peyorativa. A mí me gustó muchísimo cuando publicamos La cerca, de Alfredo Soderguit, porque venía de hacer Los carpinchos[5], que fue un libro tan celebrado, tan premiado, y que tenía un espíritu optimista en su germen, hablando de la capacidad que tiene la infancia de transformar su entorno; haber hecho el paso de esto a La cerca fue extremadamente valiente, porque es un libro que, al contrario, es muy pesimista, es políticamente muy cargado y habla de clases; habla de cosas incómodas, pero muy presentes en la infancia y la adultez, de temas poco tratados en los libros ilustrados. Entonces disfruté personalmente encontrarme con la incomodidad y poder dialogar con esa crítica y que el autor también fuese interpelado y tuviera la oportunidad de regodearse en esta incomodidad. Precisamente porque es un libro incómodo, lo considero muy valioso en nuestro catálogo.
¿Consideras importante escuchar directamente de los niños y jóvenes qué les gusta y qué no?
Yo diría que una de las mayores tentaciones del mundo de la edición infantil es la generalización y todos podemos caer en eso en algún momento. Es evidente que hay libros que funcionan y hay libros que no; sé que un libro funciona cuando me siento con niñas de muchos contextos diferentes y el libro sigue en pie, aunque varíen las razones y me encuentre con reacciones diversas. Hay muchas individualidades en juego en cada encuentro lector, por lo que para mí es importante poner el libro a prueba constantemente. También me pongo a prueba a mí misma, a mi yo lectora-niña; me acuerdo perfectamente de qué cosas me interesaban en mi infancia y de qué cosas me ofendían profundamente. Me ofendía que me trataran como una tonta y, por eso, tengo muy presente no tratar a nadie de tonto. Me gusta buscar historias que despierten una complicidad en mí y encontrar esa complicidad también en otros.
¿Cómo crees que puede hacérsele frente a la insistencia en censurar temas o historias dentro de las lecturas para infancia y adolescencia?
Es un trabajo que asumimos con mucha mística y mucha convicción, porque es un trabajo que vuelve a comenzar todos los días, que probablemente nunca dejemos de hacer. Entiendo que estas olas de censura vienen, muchas veces, de un lugar honesto de preocupación y de cuidado. Fácilmente la conversación de cómo involucrarnos más en la educación de nuestras niñas y cómo implicarnos más en la cultura infantil termina convirtiéndose en una censura desmesurada. Siempre ha habido censura, también nosotros somos censoras a nuestra manera, somos el ogro del que habla Graciela Montes[6]. Por esto, lo primero que deberíamos hacer es cuestionarnos mucho a nosotras mismas y después pasar al trabajo de acompañar a toda la cadena del libro, en especial a las familias y a las mediadoras, para mirar hacia nuestros criterios y preguntarnos qué es lo que queremos de los libros. ¿Queremos que eduquen, queremos que entretengan, queremos que protejan, queremos que expongan, queremos que reten, queremos que desafíen? ¿Qué queremos de ellos? En cada formación que hacemos, en cada introducción de novedades para librerías, en cada reunión comercial, en cada sesión de narración o en cada seminario que ofrecemos, es un tema que surge. Sí puedo agregar que la tradición oral no entiende de censura, es absolutamente incompatible; en ese sentido me interesa mucho la oralidad, porque es algo que termina encontrando su camino a pesar de los muros de contención.
¿Te has sentido amenazada como editora por nuevos fenómenos tecnológicos como la inteligencia artificial?
A medida que el tiempo pasa, siempre hay transformaciones sustanciales en la cultura y en cómo la consumimos. Estoy dispuesta a escuchar y entender, tengo mucha curiosidad y no me siento amenazada para nada. Pienso en lo que dijo, respecto a los libros digitales, Stephen Fry: “los libros están tan amenazados por el Kindle como las escaleras por los ascensores”[7]. Creo que podría añadir, por ejemplo, como los percusionistas por la aparición de los beats electrónicos. Creo que hay muchas formas de convivencia de las diferentes tecnologías y formas de producir.

¿Harías modificaciones a un libro durante su proceso de edición con miras a poder introducirlo en formatos audiovisuales o espacios multimedia?
Ciertamente yo no lo hago, pero no me parece mal. No es algo en lo que estoy pensando, porque para mí el libro es un fin en sí mismo.
Si pudieras editar o reeditar un cuento clásico como álbum, sin ningún límite, ¿cuál sería?
Tengo dos. Uno que siempre he pensado en hacer, y sé cómo quiero hacerlo, es Rumpelstiltskin[8]. Me vuelve loca, me encanta, me parece terrible y me apasiona. También me gusta mucho Las princesas bailadoras[9]. Pensándolo ahora, los dos cuentos hablan de una subyugación y la búsqueda de formas de liberarse. En Rumpelstiltskin doble, porque aunque hay una primera liberación, luego ella tiene que ceder su primer hijo. En el otro caso, las princesas lo que quieren es ir a bailar. Pero tengo que conseguir a alguien que comparta la visión específica que tengo, porque ya existen muchas y muy buenas versiones.
¿Has escrito algo o pensado en escribir para publicar como autora?
Escribo, pero no pensando en publicar nada, no me atrevería. Soy muy buena lectora, y como soy buena lectora sé que no soy una gran escritora. Aunque sí escribo muchísimo para mí.
¿Se te ocurren algunos proyectos editoriales que te hayan emocionado en los últimos años?
Me entusiasmó, por ejemplo, León y ratón, de Jairo Buitrago y Rafael Yockteng, publicado por Cataplum (2017); es una historia redonda, sincera, amorosa y bien contada. Jazmín, de Ivar Da Coll, publicado por Babel (2023); es uno de los mejores libros que he leído en años y cada vez que lo releo me emociona, además tiene un formato que no es tradicional pero es muy accesible, y eso me interesa. A nivel de concepto, encuentro extraordinario Animales secretos, de María José Ferrada y Mariana Alcántara, publicado por Alboroto Ediciones (2023). De Ekaré, puedo decir que la traducción del isiNdebele de El pájaro de las mentiras, de Msuswa P. Mabena y Dale Blankenaar, me parece que es un potencial clásico contemporáneo y espero que los lectores afilados sepan ponerlo en valor.
Si pudieras aconsejar directamente a una persona que quiere editar su propio libro, ¿qué le dirías?
Le diría que por suerte, el mercado editorial es muy diverso. Hay muchas casas editoriales con criterios variados y cada una tiene su propio nicho, así que puede tocar todas las puertas que sean necesarias. Es una carrera de largo aliento, puede tomarle muchos años. También puede explorar otras vías, como la autoedición o la participación en concursos literarios. Es decir, hay muchos espacios en los cuales un texto puede ver la luz como libro. Que no se desalienten e intenten encontrar cuál es el mejor espacio, porque si pudiera hacer énfasis en un consejo diría que busquen a una editora que se enamore de su proyecto; estas cosas son como el romance: necesitan un flechazo y lo mejor que puede suceder es que alguien se quiera subir a ese barco contigo.
Ronda de respuestas rápidas, lo primero que se te venga a la mente, ¿vale? Vamos:
Un libro álbum: El rey cerdo[10]
Un cuento clásico: El cocuyo y la mora[11]
Una película: Barbe blue, de Catherine Breillat
Un disco para trabajar con ímpetu: 1st, de los Be Gees
Notas al pie
- [1] Vamos a cazar un oso, de Michael Rosen, ilustrado por Hellen Oxenbury, traducido por Verónica Uribe. Ediciones Ekaré, 2003.
- [2] De noche en la calle, de Angela Lago. Ediciones Ekaré, 2017.
- [3] Al otro lado, de Maurice Sendak, traducción de Ellen Duthie. Kalandraka, 2015.
- [4] Los pequeños macabros, de Edward Gorey, traducido por Marcial Souto. Libros del Zorro Rojo, 2010.
- [5] Los carpinchos, de Alfredo Soderguit. Ediciones Ekaré, 2020. Entre los premios mencionados se encuentran el New York Public Library Best Books in Spanish (2020) y el White Ravens (2020).
- [6] El corral de la infancia, de Graciela Montes. Fondo de Cultura Económica de España, 2000.
- [7] Stephen Fry [@stephenfry]. (2009, 11 de Marzo). This is the point. One technology doesn’t replace another, it complements. Books are no more threatened by Kindle than stairs by elevators. X. https://x.com/stephenfry/status/1312682218?lang=en
- [8] Rumpelstiltskin, recopilado por los hermanos Grimm en el primer volumen de Cuentos de la infancia y del hogar, 1812.
- [9] Las princesas bailadoras, recopilado por los hermanos Grimm en el segundo volumen de Cuentos de la infancia y del hogar, 1812.
- [10] El Rey cerdo, de Koos Meinderts, ilustrado por Emilio Urberuaga. Ediciones Ekaré, 2021.
- [11] El cocuyo y la mora: cuento de la tribu pemón, de Fray Cesáreo De Armellada, ilustrado por Amelie Areco. Edicones Ekaré, 1978.
Biografía
Valerie Weilheim es Licenciada en Letras de la Universidad Central de Venezuela (2019). Se desempeña como editora, ilustradora y promotora de lectura. Es miembro de la asociación de promoción de lectura La Rana Encantada desde el 2010 y formó parte del Comité de Evaluación de Libros para Niños y Jóvenes del Banco del Libro. Actualmente colabora con la revista digital y proyecto cultural PezLinterna y la Asociación Artística-Sociocultural Mestiza (San Sebastián, España).
Edición: Beatriz Sanjuán · Freddy Gonçalves
«Este proyecto ha recibido una ayuda del Ministerio de Cultura y Deporte a través de la Dirección General del Libro, del Cómic y de la Lectura»
